MIS RELATOS CORTOS
David Campos Sacedón

Ángel



Ángel


http://www.youtube.com/watch?v=nmWn2odjpzQ

 

La brisa huele a recuerdos, me encanta la sensación del bailar de la ropa sobre mi piel al son que marca el aire veraniego. La noche cae sobre mí, lo sé.

La playa intenta no hacer ruido al lamer mis pies, el Sol muere llorando en el horizonte. A mis espaldas esa casa y esa terraza que adornan cada rincón de mi mente, donde tantos momentos he deslizado mis dedos y caricias, y que ahora son sólo recuerdos, meras imágenes que vagan por mis sueños.

Me giro y dejo atrás la “visión” del agua, está anocheciendo y parece que todo recobrase vida delante mía, es como si mi mente y corazón se dividieran en dos seres independientes, uno evitando el dolor y el otro recobrando los mejores instantes vividos en mi pasado que hacen sujetarme al presente. Me descalzo para sentir la arena entre los dedos y sigo caminando sin apartar la mirada de la azotea, provocando que mis pasos sean lentos y suaves, analizando cada detalle, desde los granos escabulléndose entre mis pies hasta el mecer de las flores de la entrada.

Cierro los ojos y puedo rememorar esas tardes juntos paseando por la orilla, corriendo el uno detrás del  otro, grabando nuestros nombres en la arena y esperando a que la marea los deshiciera poco a poco. Recuerdo cada instante por sencillo que fuese, incluso el aroma de los pétalos de rosa que dejé aquel día jugando a “encuéntrame”; y una sonrisa se dibuja en mi cara. Vuelvo a separar mis párpados para abrir la puerta principal. Ya no hay nada, todo está vacío, sin embargo mis pensamientos se encargan de aderezar cada rincón dándole luz y vida. Ella está al fondo señalándome desde la escalera con ese gesto de “ven conmigo”, a lo cual no titubeo ni un instante y la persigo mientras ella corre entre risas hacia la terraza superior. Permito centrar mis sentidos en el tacto de mi piel en el pasamanos de madera, el sonido de mis pies sobre los viejos escalones para no perder su rastro y lentamente alcanzo la salida a ese maravilloso mirador, justo en el instante que las estrellas protagonizan el cielo. Vuelvo a detenerme. Ella de espaldas y apoyada observando el horizonte me hipnotizan, su pelo baila desprendiendo esa fragancia que es parte de su ser. Me aproximo sin hacer ruido, percatándome que su vestido es el que le regalé la última vez que la ví, y justo a un suspiro de distancia, ella se da la vuelta apartando delicadamente el pelo del rostro, mirándome fijamente. Sus ojos se congestionan y no resisten el derramar alguna lágrima, aunque sé que todo es obra de mi razón. Agacha la cabeza entre algún gemido y logro escuchar un tímido “lo siento…”, desencadenando que mi angustia, amargura y deseo se fusionen, rezando porque esas palabras hubieran sido ciertas, muriéndome de miedo porque ese día sea otro maldito sueño y anhelando responder, “¡¿por qué amor mío!?, por qué…, yo te dí lo que tuve, todo…”.

Inclino sin fuerza mi rostro, dejando caer mi pena sobre la punta de mis pies, hincando mis rodillas de golpe, cayendo de espaldas sobre el frío mármol. Ella ya no está, se ha esfumado, no estuvo, pero mi mente la trae a cada minuto a mi ser para soñar que podría haber sido todo diferente, cómo sería nuestras vidas si ella no me hubiera dejado por aquella estúpida noche.

Los luceros parpadean en la infinita oscuridad del universo y me gustaría estar en cualquiera de ellos, lejos de aquí, liberándome de la cárcel de mi memoria, pero no puedo, vivo y viviré con ellos para siempre.

Es curioso ya que en ese instante giro mi cabeza y ella está a mi lado tumbada de nuevo, agarrándonos de la mano, sonriéndonos otra vez y sí, lo sé, está todo en mi pasado, en mi imaginación, todo se ha acabado ya, sin embargo, a pesar de todo lo ocurrido, lo tengo muy claro y antes de agotar nuestra historia aprovecho para decirle ahí en ese momento, contemplándonos que…”fuiste, eres y serás el amor de mi vida…”. Ella entre sollozos cierra los ojos y se diluye como una gota de agua en el océano, creando una huella en mi interior que no se borrará jamás, generando el sentimiento más puro que puede existir: Amor.

 

 









David Campos Sacedón

 

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