MIS RELATOS CORTOS
David Campos Sacedón

Estrella Fugaz (VIII)

Estrella Fugaz (Parte 8 )

Una fuerza súbita lanzó a Teresa del escritorio. Sacó la maleta debajo de la cama y comenzó a llenarla sin pensar demasiado. Como un destello recogió lo que pudo y cerró la casa, cogió el primer taxi que se cruzó en su alocada carrera, se dirigió al aeropuerto y compró un billete para el primer avión hacia España. Lo tenía claro y no pudo contener esa sensación de ahogo que la empujaba a volver a encontrarse con lo que en su día dejó escapar.
Mientras pensaba en Toni, los rayos del sol penetraban por la ventanilla de la aeronave y entre nostálgicos recuerdos soñaba con tantos momentos vividos juntos, incontables susurros queridos, infinitas caricias.
Poco a poco, empujada en aquel pájaro de acero llegó a la tierra que la vió nacer y crecer. Recogió el equipaje, alquiló un coche en los aledaños de aquellas instalaciones aéreas y marchó hacia donde creía poder hallar a Toni.
No tardó demasiado en alcanzar su destino. Sacó la carta que recibió de la madre de Toni y volvió a ojear las señas donde debería encontrarle. Preguntó por esa calle, aparcó el coche, dejó todo y anduvo unos metros hasta presentarse en la puerta de una antigua casa, donde por unos instantes, se quedó escudriñando y pensando que entre dichas cuatro paredes se encontraba alguien muy especial. Como si el destino así  lo hubiera decidido, la noche comenzaba a cerrarse con un manto de estrellas increíble, las manos le temblaban, el corazón galopaba con fuerza, una angustia rodeaba aquel calor que sentía. Se miró la punta de los pies, los cuales estaban prácticamente pegados a la madera de la puerta de la entrada principal. Cerró su puño derecho y lentamente lo levantó para llamar. Apretó los labios y los ojos como si tuviera miedo de lo que podría encontrarse. Justo en aquel momento el sonido de la cerradura la detuvo. Separó lentamente los párpados y percibió que la entrada se abría pausadamente. El cuerpo de Teresa era un manojo de nervios y bajo la emoción, sus ojos intentaron descifrar lo que la penumbra ocultaba, aunque sí le permitió adivinar la mano que sujetaba el pomo de la puerta. A cámara lenta, la figura que se escondía detrás de la suave oscuridad se adelantó. La luz de la luna y las estrellas fue devorando la sombra y posibilitó que los detalles se vieran con mayor claridad.
El cabello moreno del muchacho resaltaba bajo aquel manto estrellado, sus ojos grandes y profundos estaban llenos de luz, sus labios dibujaban una pequeña sonrisa. Sin mediar palabra, Teresa se lanzó y abrazó a Toni con todas sus fuerzas. Se pegó a su pecho y sintió todo el calor que ya casi había olvidado. Él acarició sus hombros y la separó suavemente. La miró fíjamente mientras no perdía el gesto sonriente del semblante. – Sigues igual de guapa, dijo Toni.Ella no pudo responder, la congoja la superaba. –
Me alegra que vengas a visitarme; ya pensé que tardaría años en volver a verte, continuó el muchacho. Teresa, bajo una lucha interna titánica consiguió arrancar sus primeras palabras. – Yo…yo, lo siento Toni, perdóname…, dijo finalmente ella. – No hay nada que perdonarte, nadie puede controlar los sentimientos, replicó Toni.


Continuará...



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