MIS RELATOS CORTOS
David Campos Sacedón

La Visita

 

 

La Visita

 

“Ese chico rebelde, desaliñado y un tanto despistado es el mismo que ahora tiene unos años de más…”.

 

Este momento me estremece, no puedo explicar las sensaciones que recorren mi cuerpo cuando me siento a su lado, tan cerca y puedo sentirla ahí mismo.

Ella me mira con cariño como siempre, me posa su mano en las mías y pregunta qué tal todo, qué tal me trata la vida, cómo va el trabajo, mis viajes, mi nueva casa; eternamente preocupada por mí. Yo le contesto que todo puede ir mejor o peor, pero que la echo de menos demasiado y lamento el no poder desahogarme como antaño lo hacía. Ella no deja de sonreír mientras le brillan esos ojos oscuros, con esa piel tan delicada, donde un aura indescriptible siempre la rodea mientras nos encontramos bajo estos espigados árboles. “Sabes que estoy contigo…lo sabes…” me dice tiernamente, a lo que le contesto, mezclando añoro y desgana, que lo sé.

Me dejo caer en sus piernas, y a la vez que voy descendiendo voy liberando años hasta convertirme en ese niño que no dejaba de jugar día y noche en aquel parque. Ella me pide que cierre los ojos y sueñe con las noches en la que ambos veíamos juntos aquella serie de humor con la que nos “moríamos” de risa, en los gigantes vasos de leche con galletas que me preparaba o al juego de cartas al que no podía ganar. A la vez que fantaseo con ello mi olfato percibe esos aromas del pasado, generando en mí una mezcla de alegría y tristeza, aunque sobretodo, de nostalgia. “¿Lo recuerdas todo, verdad?” me pregunta, “claro que sí, perfectamente, como si fuera ayer…” le susurro, “eso es porque lo importante del pasado está en tu presente y lo estará en tu futuro, por lo que no quiero que sufras, ya que constantemente me hallaré a tu lado…no lo olvides nunca” terminó diciéndome mientras me acaricia la frente, apartando mi pelo de ésta.

Mientras recobro la visión de nuevo, mi cuerpo se transforma en el chico que soy hoy en día. Las pequeñas y blanquecinas nubes surcan el cielo azul como despidiéndose de mí una tarde más, apenas tengo fuerza para erguirme de nuevo y cuando lo consigo me giro y deslizo mis dedos sobre el gélido y gris mármol de ese panteón, recorriendo con mi índice los surcos de su nombre grabados en la roca. “Sé que estás a mi lado…” llego a murmurar, doy media vuelta e inicio mis pasos para salir del lugar y justo antes de abandonar aquella pequeña necrópolis una suave y cálida brisa hace detenerme, a lo que replico diciendo, “te echo de  menos Abuela, gracias por estar cada día conmigo…”.

 









David Campos Sacedón

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