MIS RELATOS CORTOS
David Campos Sacedón

Sus ojos, mi luz

 
SUS OJOS, MI LUZ

“Ya he perdido la noción del tiempo. Sinceramente ya no me importa, lo que realmente merece la pena son los momentos que hemos pasado juntos“.

El gorgoteo del agua hirviendo se podía intuir desde el dormitorio, casi podría decirse que el olor de aquel té era perceptible a pesar de la distancia. Ella lo hacía automáticamente, eso de poner a calentar agua nada más levantarse a pesar de que odiaba cualquier tipo de infusión. Me sabía de memoria cada paso que iba haciendo; todas las mañanas eran un nuevo despertar y por eso me quedaba tumbado ahí durante unos minutos hasta que, como siempre, me preguntaba si había alguna taza en aquella maldita cocina aunque fuese nuestra cocina desde hace infinidad de años. 
Me levanté y me reuní con Ella para decirle en qué cajón podía escoger una. Sus dudas yo las acompañaba con una sonrisa, pero dependiendo del día a veces me lo agradecía y otras me reñía, reprochándome quién me creía que era para poder sonreirla, si no nos conocíamos. 
Jamás le mostré una lágrima y las dejaba caer en mi interior.
Aquel Domingo fue diferente. La pasada noche le propuse regresar al mismo lugar donde nos conocimos, Ella me abrazó y lloró desconsoládamente en mi pecho, como antaño hacíamos, fundiéndonos en uno solo y dejando sentirnos el uno al otro, porque al fín al cabo eso nadie lo podría cambiar.
Esa mañana no lo recordaba y cuando se lo dije se echó a reir como cuando te dicen una tontería a destiempo. Siempre le replicaba con una carcajada para hacerle pensar que sí, que a propósito dije una estupidez para generar ese carcajear, aunque por dentro me estuviese muriendo de dolor e impotencia. "Maldita enfermedad...", no paraba de taladrarme en mi interior. Justo en ese momento dije que necesitaba ir al baño entre risas, y en cuanto cerré la puerta fui incapaz de sujetar mis lágrimas ni mi tristeza. Era como luchar contra una pared, la cual cada día era más y más ancha, y en el que todos tus esfuerzos no tenían recompensa. A los pocos segundos ya me reclamaba con cariño, con el mismo amor que siempre había existido y tuve que acelerar en limpiarme la cara e inventarme cualquier excusa del por qué de mis ojos hinchados. Fue salir del aseo y su mirada me traspasó; no supe qué contestar, intenté cualquier tema, sin embargo, Ella directamente volvió a abrazarme y pedirme mil perdones, a implorar "lo siento", apretándome con tanta fuerza que percibí hasta el calor de su corazón. Sus manos temblaban, le costaba respirar con normalidad y su lloro era infinito. No nos merecíamos eso después de una vida en la que ambos nos quisimos, nos respetamos y llenamos una vida sencilla en algo mágico, de esas historias que ya no quedan y que eran el único motivo para poder seguir viviendo. 
“Antes de que se me olvide todo de nuevo quería darte esto, cógelo y vayamos a nuestro rincón preferido por favor!”, me rogó entre sollozos.
 
CARTA:
"En estos revolcones que me está dando la vida ya soy consciente que no me dejará en paz y me está llevando al otro lado. Por si mañana ya no soy capaz de entender lo que me está ocurriendo y percibes que ya no valoro lo que haces por mí, soportando estos cambios de humor, esa desconfianza, esos desprecios que de mi interior explotan hacia ti sin sentido, intentando hacerme feliz, por quererme igual cada día, estar a mi lado. Por si mañana ya no fuera consciente de lo que pasa a mi alrededor, colocándome notas en cada parte de la casa, papelitos repartidos por cada rincón para que no me pierda y sepa encontrar las tazas, para no confundir el salón con el dormitorio, cuando te ries conmigo sólo por el hecho tranquilizarme o simplemente mantener una conversación aunque ya me pierda en cada frase, cuando te acercas disimuládamente y me dices al oído todo lo que me quieres o los nombres de nuestros hijos, cuando me sigues acariciando a pesar de que te esté gritando en esos arranques de ira que desconozco por qué; por eso y por todo, por si mañana no recuerdo ni tu nombre, ni tu rostro e incluso ni el mío, por si mañana ya no puedo agradecerte tanto, amor mío, tanto cariño, por si mañana, cielo, no fuera capaz de decirte que te quiero, deseo dejarte claro que viviría mil vidas a tu lado, que todo lo que ha tenido sentido y felicidad ha sido desde que te conocí y sólo me da miedo que cuando me vaya no pueda volver a verte, en algún lugar, juntos de nuevo, amándonos como sólo tú y yo sabemos.
Hay algo que no podrán arrebatarme, mis sentimientos jamás serán derrotados por esta maldita enfermedad.".
 
Y hoy, tras años peleando con esa dolencia, me encuentro a su lado, leyéndole de nuevo esa carta sentados en la arena de la playa en la que tantas noches compartimos, intentando pensar que en algún rincón de su mente aún hay hilos de aquel pasado tan maravilloso. Su mirada perdida hacia el agua del mar, brillan inertes, sin pestañear. A veces me mira, como el que curiosea un vaso vacío, sin embargo yo le sonrío y lo seguiré haciendo hasta el último día, porque su mirada perdida es suficiente para que cada instante me siga levantando con la ilusión de volver a verla.

Como Ella bien dijo una vez, “nuestros sentimientos no sufren enfermedades, no mueren…son eternos”.
 

David Campos

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