MIS RELATOS CORTOS
David Campos Sacedón

Soñar


Soñar

 

Tibia bruma la que rodea mi visión, haces desordenados de luz, apagados y tristes, imágenes desdibujadas y nostálgicas de gente paseando a mi alrededor, música triste disfrazando cada segundo que estoy despierto.

No sé por qué, pero me gusta vivir soñando.

 

Voy andando por esa calle multicolor adornada con cientos de parasoles y comercios. Dejo el cuerpo arrastrarse por la inercia de mis pies, me cruzo con decenas de caras anónimas las cuales me dedican una gris sonrisa de violín y parece que ellos lo entienden.

Aguanto sin parpadear.

El músico con su sombrero y voz de jazz, el matrimonio de ancianos cogidos de la mano, la mujer dicharachera con su organillo, la tienda de gofres, “qué recuerdos…” pienso para mis adentros, voluntarios de alguna asociación benéfica, grupos de amigos disfrutando de un paseo, la niña con su piruleta mirando escaparates, el matrimonio sentado en una terraza, el camarero que sirve bebidas mientras observa la muchacha de vestido negro cruzar a su lado, el vendedor de lotería cantando la suerte de nuestras vidas…

Aguanto sin parpadear.

Miro la punta de mis zapatos avanzar sobre las grises baldosas, elevo mi visión lentamente hasta vislumbrar cómo las farolas se encienden sin intensidad como por arte de magia, bañando levemente los bancos de madera, giro mi cabeza poco a poco a mi izquierda y el gentío me cruza sin dilación, los soportales y ventanas son parejas decaídas de baile que me saludan. Vuelvo a moverme y ahora contemplo mi lado derecho y la misma escena se repite. Sigo andando solo.

Parpadeo.

Los árboles del fondo se mecen como una niña en un columpio, el olor de ese lugar es tan especial que siento que mi piel se eriza, hace que prácticamente me desplace como el agua que se escurre entre los dedos de mi mano. Elevo mi brazo izquierdo a la altura de mi pecho, giro la muñeca y veo que el reloj marca la hora…

Y cierro los ojos… 

Y de la oscuridad paso al brillo de un amanecer. El Sol reluciente se eleva en mi horizonte y el paraíso de colores viste cada uno de los rincones de mi mundo, como el reflejo azulado del transparente mar en mi retina. Mis labios se estiran formando la sonrisa más grande del mundo, la energía en mi interior alcanza cada poro de mi piel porque a pocos metros de mí la veo, ya que entre el gentío se desplaza la cara más maravillosa e indescriptible que existe. Sus pestañas me acarician desde lejos, el brillo de sus ojos son como el rocío mañanero y sus labios alegres se contraen para lanzarme un beso que aterriza en mi pecho. Nos miramos, no hace falta nada más que eso para saber que nuestras vidas están fusionadas por el mismo sentimiento. Se acerca a mí ese ángel humano, alargo mis manos y ella las suyas hasta rozarnos, provocando que una preciosa melodía eleve su tono, entrelazamos los dedos y nuestra sonrisa es tan patente que nos hace invencibles. Hasta que me abraza intensamente, me aprieta fuerte y su calor traspasa mi cuerpo no pudiendo evitar que tiemble por un segundo de miedo; miedo por volver a dejar de tenerla junto a mí, a que mis párpados se separen y regrese al mundo rutinario y triste que hay ahí fuera, en el que ella ya no está. No sé vivir feliz sin ella, no nada es igual y por todo ello elegiría que mis pupilas estuvieran tapadas por mi propia piel para el resto de la eternidad.

 

…y no quiero abrirlos jamás…

 

…porque sueño despierto, porque vivo soñando y mi existencia tiene razón cuando está ella a mi lado.

 

 

 








David Campos Sacedón

 

 

 

 

 

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